“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.
No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.”
Romanos 12:1-2 (Reina Valera 1960)
“Por eso, hermanos míos, ya que Dios es tan bueno con ustedes, les ruego que dediquen toda su vida a servirle y a hacer todo lo que a él le agrada. Así es como se le debe adorar.
Y no vivan ya como vive todo el mundo. Al contrario, cambien de manera de ser y de pensar. Así podrán saber qué es lo que Dios quiere, es decir, todo lo que es bueno, agradable y perfecto.”
Romanos 12:1-2 (Traducción lenguaje actual)
Presentar a Dios nuestro cuerpo, nuestra vida entera es lo máximo que como cristianos podemos hacer.
La razón es porque el cristiano sabe que su cuerpo y toda su vida le pertenece a Dios, lo mismo que su alma, y que por ello puede servir a Dios tanto con su cuerpo como con su mente o su espíritu.
Nuestro cuerpo, que incluye nuestra mente o espíritu, es el templo del Espíritu Santo de Dios. Es el instrumento que El usa para hacer Su obra, enviándonos (servicio) a predicar su Evangelio, a hacer discípulos y a vivir obedientemente en Su Voluntad.
La Biblia (Dios), define la conducta, la vida, de un cristiano que presenta su cuerpo de esta manera a Dios, como culto racional o como verdadera adoración.
El verdadero culto (adoración) a Dios no es solo ofrecerle una liturgia, por muy solemne y reflectiva o, temperamental y llena de expresiones emocionales, “espirituales” dicen algunos, que sea. El verdadero culto (adoración) se ofrece a Dios en nuestra vida cotidiana y no exclusivamente en el templo, o iglesia como comúnmente se le llama, sino fuera de el y en donde todo el mundo, principalmente el no creyente (familiares, vecinos, compañeros de trabajo, de escuela o de universidad, en el supermercado, nuestro propio hogar, nuestros hijos, etc.), pueda constatar la presencia de Dios en nuestro vivir. Dando testimonio de la transformación hecha por Dios en nuestras vidas, pues toda ella, nuestro pensar (espíritu), nuestro hablar y nuestro actuar (cuerpo) refleja la Gloria de Dios.
La verdadera alabanza a Dios, no es solo cantar en la iglesia y durante la liturgia (reunión) sino, mas bien fuera de ella, cuando el cristiano la ejercita al mundo que lo rodea. Hablando de Dios y recomendándolo, en agradecimiento (amor) a la obra redentora y renovación de su mente realizada por Dios en su vida.
Juan Paulus
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